10 May
10May

A menudo me planteo como sería todo si hubiese actuado de otra forma, siendo lo más objetivo posible e intentando no ser autodestructivo, dando un paso atrás, repasando y analizando mis fallos, deteniéndome a mirar en ese foso abierto que es la costumbre que parece que todo se lo traga como si de un agujero negro se tratase.

Está permitido sufrir por tu ausencia. El vacío está lleno, es asomarse a una alcantarilla en la que no se ve el final. Sin embargo sabes que existe. En este punto me planteo ¿acaso hay alguien que no pueda superar una pérdida? Sin entrar en magnitudes ni mediciones ni en más ni en menos, sabemos que el magnífico y cuasi-todo poderoso ser humano es capaz de adaptarse hasta a las más extremas circunstancias y sobrevivir, seguir adelante, rehacer y construir. Por tanto la historia, el sentido común y el tiempo nos dicen que una pérdida emocional o real que configuran irremediablemente un sentimiento ácido es tan sólo eso un sentimiento ácido, y tan ardiente y ácido como eventualmente pasajero.

  • Oye, pero ¿cuánto tiempo plantea usted quedarse?
  • No mire, me voy a quedar 3 o 4 mesecitos por aquí si le parece bien.

Si eso ocurriese ese sentimiento de caída, de aislamiento sería más fácil de sortear dado que contaríamos con una certeza que nos avisaría de cuándo llega la salida del túnel. Tanto usted como yo sabemos que eso no es así, por lo que sumamos un punto extra. Además de lidiar con una emoción de lo más corrosiva le vamos a sumar una mochila no poco pesada: la incertidumbre.

La incertidumbre es la putada hecha sensación. Imagine que ha ganado usted un premio, un sueldo de esos de Nescafé de 1 millón de euros. La única condición que le ponen para aceptar tan suculento premio es que nunca podrá saber cuándo le haremos efectivo el pago. Podría ser un día, un mes o 40 años. Por supuesto que lo aceptaría, pero no me negará que la ilusión ni se asemeja a la que evocó el tacto del billete en su piel cuando recibió la noticia en primera instancia. No estamos hechos para esto.

No sé cuánto tengo que esperar y eso me impacienta, me irrita y me hace pasar del dolor a la rabia, de la rabia a la alegría y de la alegría al llanto en cuestión de minutos. He perdido la cuenta de cuántas horas de sueño me has robado, las noches que te pienso en silencio y el desgaste que le hago a mis neuronas al frotarlas para sacar tu imagen de mi cabeza. Un minuto más. Una hora más. Un día más.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO